El operativo Morocho Quigua es considerado como el más duro golpe en contra la delincuencia organizada, que no tiene precedentes en la lucha antidelincuencial en Cuenca.
La propia Policía lo tenía catalogada como el fortín de la delincuencia, considerado como un reducto impenetrable por la cantidad de domicilios y personas involucradas, que superan las 50 familias.
Para escarbar las entrañas y descubrir la forma de actuar de los sospechosos fue necesario cumplir labores de inteligencia que tomaron tres meses.
Misión que fue encomendada a un agente acompañado de colaboradores quienes se adentraron al corazón del refugio de los sospechosos que habían convertido a la zona en una bodega de artefactos de dudosa procedencia y un inmenso corral de ganado mal habido.
Testimonio del agente
Mi coronel, (Gonzalo Sandoval, jefe del comando Provincial de Policía), me confió la tarea de investigar el movimiento de los sospechosos, en esta zona que era un secreto a voces conocida como un reducto de peligrosos delincuentes, y temida por el nivel de violencia con la que actuaban en los atracos.
El primer trabajo fue investigar como llegar a la zona para convivir con ellos, tarea muy difícil porque son gente que se niega a hablar con extraños y los forasteros son vistos como una amenaza.
Primero tratamos de ingresar como vendedores de productos, pero nadie nos abría las puertas, esa forma de tratar de penetrar en la zona fue un fracaso.
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Luego nos presentamos como trabajadores de la Empresa Eléctrica, pero igual el intento no dio resultados.
Jornaleros
Como es una zona en la que la mayoría de casas son viviendas, no hay tiendas ni lugares a los que se pueda llegar sin levantar sospecha, nos dimos cuenta que había una finca, a la que acudimos a pedir trabajo.
Nos conseguimos botas de caucho, y ropa propia de los campesinos, luego de implorar empleo, aduciendo que somos gente pobre y que nuestra familia se muere de hambre logramos que el dueño nos contrate como jornaleros.
Teníamos de trabajar en labores agrícolas, cavando hoyos para cercas, y toda actividad del campo, de 08:00 a 17:00.
Al principio fue duro, porque no estábamos acostumbrados a esos trabajos, el frío y la lluvia nos afectó mucho, nos enfermamos, los escalofríos y otros síntomas de la gripe nos agobiaban, pero teníamos que sacar fuerzas, para no faltar y perder el trabajo, que nos permitía observar como era el movimiento de los presuntos delincuentes.
Todo el tiempo estuvimos atentos a las actividades de la población, nos fijábamos en los tipos de vehículos que entraban y salían, el color, los números de placas, y los mínimos detalles para identificarlos.
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Como éramos jornaleros, no portábamos ni un esfero, ni papel para anotar los detalles, teníamos que memorizar todo lo que observábamos, para luego de la jornada laboral, ya en nuestras casas elaborar los informes.
Al siguiente día cargábamos nuestras mochilas, con unos cuantos panes, una cola y un guineo, que nos servía de almuerzo.
Noches
Como el trabajo de investigación tenía que ser las 24 horas del día, tuvimos que quedarnos varias noches en la zona, durmiendo a la intemperie, cada uno en un sitio y misión específica, para nuestra mala suerte la mayor parte del tiempo llovía, pero teníamos que aguantarnos.
En las noches el movimiento de vehículos era mayor, iban y venían camionetas con las luces apagadas, solo podíamos distinguirlas cuando se encendían las luces rojas del freno.
Los choferes eran personas de una pericia envidiable, manejaban a gran velocidad en la oscuridad y el carretero lleno de baches y curvas peligrosas.
Tenían camionetas preparadas que dejaban solo el polvo a cualquier vehículo policial que trataba de perseguirlos.
Indignación
La gente dedicada a los actos ilícitos son gente desalmada, no tienen piedad con nadie, si ven a un extraño no dudan en atropellarles o amenazarles de muerte.
En varias ocasiones vimos como llegaban las camionetas llenas de electrodomésticos y enceres que vaciaban en las viviendas.
Nos indignaba ver como descargaban haciendo una cadena humana, algo así como cuando descargan ladrillos pasando del uno al otro para amontonarlos en las guaridas.
También fuimos testigos de cómo las víctimas de la delincuencia, especialmente los afectados por el robo de ganado llegaban, grupos de entre unas 80 o más personas armadas con piedras y palos para recuperar sus animales.
Cuando llegaban a los sitios donde se encontraba el ganado los desataban y salían sin que nadie les diga nada.
Los presuntos delincuentes desde las ventanas de sus viviendas, ocultándose tras las cortinas, miraban disimuladamente como la gente recuperaba sus caballos, ovejas y vacas, pero nadie se atrevía a impedirlos, creo tenían miedo al ver a tanta gente indignada, que quería encontrarlos para lincharlos.
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Informe
No me cabe duda que Morocho Quigua era un reducto de la delincuencia organizada que tenía atemorizada a los cuencanos.
Con el pretexto de buscar una tienda nos acercábamos a las casas sospechosas, cada uno de nuestros movimientos tenían un objetivo, conocer el tipo de acceso a las viviendas, posibles seguridades, distancias y más detalles para elaborar los informes que servirían para el momento del ataque, para que no falle nada y el operativo sea un éxito como finalmente lo fue.
Temores en medio de la delincuencia
El principal temor que teníamos era que se filtre alguna información y nos descubran, eso hubiera significado que nos conviertan en chicharrón, en el camal clandestino que tenían para faenar los animales robados y vender la carne en los mercados de la ciudad.
Había momentos que nos sentíamos indefensos, a merced de los delincuentes. Semanas enteras no teníamos la oportunidad para sentarnos a comer con la familia, porque no podíamos perder momentos claves de la investigación.
En una ocasión me encontré con los compañeros que estaban asustados, me contaron que la camioneta blanca, que era la más potente y peligrosa, por poco les atropella cuando estuvieron cavando una zanja al borde de la carretera.
Cuando faltaba una semana para el operativo los nervios me invadieron, no podía dormir, me levantaba a seguir perfeccionado los croquis, revisando los detalles para que el golpe sea certero.
Cuando llegó el momento de la verdad el corazón me latía a mil por hora, gracias a Dios nadie sospechó nada y les cogimos a todos sin darles la oportunidad para reaccionar.
Cuando llegamos al comando con la caravana de vehículos recuperados, cargados de evidencias nos fundimos en un abrazo con los compañeros y no pudimos contener las lágrimas.
Gracias al apoyo y a la decisión del jefe del Comando logramos desarticular la más peligrosa banda que operaba en Cuenca. Los policías de honor si es necesario ofrendaremos la vida por la paz ciudadana.
Ahora pido a la ciudadanía que fue afectada que colabore con la Justicia para que los maleantes paguen lo que hicieron.
http://www.eltiempo.com.ec/noticias/sucesos/9/198597/agente-infiltrado-descubrio-los-delitos-en-morocho-quigua