Ella es Mercedes Cabrera, una de las personas acusadas injustamente por el irresponsable y torpe sistema de justicia ecuatoriano que encierra primero y pregunta después. Un sistema de justicia para el cual, la inocencia del acusado, su derecho a la honra, su derecho a la tranquilidad, y la de sus seres queridos, está determinado por el poder del acusador.
Doña Mercedes nos cuenta que, como era su costumbre, se levantó a las 6 de la mañana al día siguiente de declarado el Estado de Excepción, cuando de repente, escucho un bullicio afuera y el sonido de cristales reventando. Abrió la puerta y en ese instante, se vio rodeada de hombres uniformados, una multitud, que sin identificarse entraron a su casa a revolotearlo todo. Uno de estos, muy grande, con algunas placas en su uniforme le grito: "vos eres la asesina, aquí están las pruebas" decía mientras indicaba algunas impresoras viejas que sus hijos usaban para jugar a la copiadora.
Doña Mercedes Cabrera, una de las 5 personas injustamente acusadas por el Irresponsable y torpe sistema de justicia ecuatoriano que sin pruebas científicas e irrefutables alegremente desgracia la vida de ciudadanos honestos. Llegará el día en que alguno de estos jueces y fiscales sean acusados injustamente tambíén para que sientan lo que sus víctimas sintieron?
La esposaron y junto a otros cuatro ciudadanos de su misma tierra que ya había sido arrestados y en cuyas casas los agentes del orden destrozaban las ventanas por diversión, las trasladaron a San Juan Bosco y de allí a Gualaquiza. Todos los detenidos eran miembros de la Junta Parroquial de Panantza, y todos, miembros del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik. Extrañamente, comenta la señora, el único miembro de la junta que pertenece a las listas 35, no fue arrestado.
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En Gualaquiza, fueron acusados de tentativa de asesinato contra policías por el juez de la ciudad, en el caso de los hechos violentos registrados en el campamento minero de Panantza en Diciembre pasado, en donde falleció víctima de disparos, un policía.
"Que pasará con mi mamá?", se preguntaba doña Mercedes mientras era esposada, pues ella ya está mayor y la impresión de ver a su hija que jamás tuvo algún problema con la justicia en el pasado, siendo arrestada, podu haber sido fatal.
En Gualaquiza, escuchó rumores de que sería trasladada a la prisión de Macas y otras veces a Latacunga. Supuestamente, dice ella, lo legal hubiese sido Macas, pero alguna orden superior, exigió que fueran llevados a la sierra.
Terminaron siendo trasladados a Latacunga. El traslado fue una de las peores experiencias de su vida. "Ventajosamente", dice, la esposaron con las manos al frente, mientras que a sus compañeros, con las manos hacia atrás y mientras el conductor que los trasladaba, continuamente les interrogaba gritando: "quien de ustedes es el asesino", realizaba maniobras en en coche, haciendo que los acusados, se den contra el techo del vehículo algunas veces y otras, contra el suelo. "Éramos como un saco de patas" nos dice con los ojos llorosos. Afortunadamente a ella, por tener las manos al frente, no le fue tan mal como a sus compañeros.
Cuatro horas de viaje que parecían no tener fin. Con la incertidumbre del que será de sus vidas, preocupados por sus hijos de temprana edad que quedaron solos, con el pueblo en caos, como que hubiese pasado por sus casas el peor de los terremotos. No habían recibido alimento en todo el día hasta que llegaron a Latacunga. Allí, alguien de Derechos Humanos constató que su estado físico era el "normal" y conocieron al director de la prisión.
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"Fue muy amable", dice. "Nos pidió que comamos. Eran las 10 de la noche y no teníamos hambre. La impresión de ese día y los golpes que recibimos dentro del vehículo por las maniobras del conductor, nos quitaron el apetito, solo teníamos ganas de vomitar".
"Veinticinco días pasamos dentro de la prisión, esta era como una ciudad, como todo Limón, con 7 mil presos. Adentro no hubo problemas, los guardias también eran amables. A mi me dieron un costudio para que nadie me ofenda. Todo este tiempo lo que yo hacía era rezar, rezar y rezar, no podía leer pues decomisaron mis lentes, me entretenía mirando a otras presas jugar juegos de azar, No había televisión y la comida era mala y escasa. Los fines de semana me reunía con mis compañeros de la junta. Nunca lloré en todo este tiempo" nos dice. "Yo era inocente de todo lo que me acusan y dentro de mi, sabía que saldría en libertad algún día".
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"Lloré cuando el juez declaró nuestra inocencia, nos abrazamos, lloramos juntos todos", concluye.
Poco a poco su vida retorna a la normalidad, a sus quehaceres hogareños, a mudar las vacas, a cuidar de su mamá, a sembrar para sus hijos. La gente mayoritariamente festejó con ellos cuando juntos, todos regresaron a su pueblo.