SUCÚA, Morona Santiago. Christian Orellana abraza a su madre, Regina Calderón, tras reencontrarse luego de 11 años
Morona Santiago -Volvió al barrio El Tesoro de manera inesperada. La madrugada de ayer. Once años después de haberlo dejado cuando salió del país en busca del ‘sueño americano’.
Una ilusión que para Christian Orellana terminó la tarde del viernes pasado cuando un vuelo chárter aterrizó en Guayaquil con un grupo de ecuatorianos deportados desde Estados Unidos por la administración de Donald Trump.
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Llegó con lo poco que pudo traer en un vuelo sin equipajes, sin pasaje de retorno al país al que ingresó en el 2006, cuando decidió pagar $ 15.000 a un coyotero para emprender un viaje por un mes para reunirse con su hermano Edwin. Él reside en EE.UU. de manera legal desde hace 27 años.
Afuera de la casa que compró en Sucúa con un préstamo que aún tiene dos años pendientes de pagos, Orellana recuerda con tristeza, con dolor, el episodio que originó su deportación. Su madre, Regina Calderón, quien lo recibió con un beso en la mejilla y un abrazo, lo escucha, y se abstiene de llorar para evitar ahondar en el dolor.
Comenta que tuvo un accidente de tránsito, que le significó un arresto de la Policía. Quedó en libertad, con la obligación de presentarse cada mes ante un oficial.
Allí comenzó su angustia debido a que su estatus migratorio fue notificado. “Yo fui a la Corte y cuando estuve ahí llegó migración, me puso una detención para que no me dejaran salir”, relata.
De nada valió el intento de pagar una fianza ni llevar su caso ante un juez de migración para presentar pruebas de que llevaba once años en EE.UU. Quería que le den una oportunidad de quedarse. “Pero ni así logré nada”, sostiene.
Durante su estancia en New Haven, Connecticut, que fue su lugar de residencia, trabajó como ayudante de cocina, luego tuvo otras labores en la construcción, para lo cual tenía que hacer viajes de hasta tres horas desde su residencia.
No tuvo un compromiso formal en estos años en Estados Unidos, ni procreó hijos.
Al momento de su detención llevaba dinero, un celular y algo de ropa que no aparece, pese a que su hermano ha hecho la gestión para que las retire con un poder que le dejó. Dice que por ser ilegal no tenía mayores bienes, solo un vehículo.
Orellana considera “bastante dura y difícil” la decisión de Trump, porque asegura que hay cientos de familias no solo de Ecuador, sino de otros países que están desintegrándose por las deportaciones.
De vuelta aquí, su futuro es incierto, sin un trabajo y con una deuda pendiente. Solo cuenta con un ahorro pequeño que pudo obtener tras cancelar su viaje a EE.UU.
Tratará de invertir sus ahorros, pero también sueña con terminar sus estudios para ser un abogado. Sabe que para ingresar a la universidad será un difícil reto.
Regresar a EE.UU. de ilegal lo hace reflexionar, porque si es arrestado corre el riesgo de ser encarcelado. “Las leyes están más fuertes”, sostiene Orellana, quien por ahora solo quiere atesorar de nuevo los momentos en familia, en su barrio.
Tuve que pelear el caso ante un juez de migración, presentarle todas las pruebas indicándole que estaba once años allá para que me dé la oportunidad de quedarme, pero ni así logré nada”.
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