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LA CIGARRA Y LA HORMIGA



Se atribuye al griego Esopo la fábula titulada “La Cigarra y la Hormiga”. En ella se relata la historia dispar de dos insectos. Diferente fue su actitud ante los problemas de la vida, diferente fin tuvieron. Mientras la hormiga laboraba arduamente y guardaba con celo el fruto de su trabajo en verano, aún cuando el grano abundaba y los días se prestaban para distraerse, la cigarra se dedicaba a cantar y bailar con alborozo sin esforzarse, sin pensar en el futuro. Llegó el otoño y los afanes de la hormiga se intensificaron, pero la cigarra aún llenaba su buche con las dádivas de la Madre Naturaleza. Para ésta el futuro era un mito y la vida era buena… todavía…

El invierno fue el más crudo que se recordaba. Mientras la hormiga disfrutaba de los granos recabados durante el buen tiempo, la cigarra aterida de frío y literalmente “muerta de hambre”, rogaba a la hormiga un grano, un solo grano de trigo o cebada para aliviar su carencia de alimento, ante lo cual la hormiga visiblemente conmovida, le regaló algunos granos de trigo no sin antes amonestarle por su falta de previsión. Se entendía entonces que sólo el trabajo duro, la previsión y el ahorro nos ofrecerían un buen futuro.

Claro está que Esopo no vivió para conocer el Socialismo del Siglo XXI. Ahora, gracias a esa portentosa invención caribeña las cigarras viven a costa del trabajo y sacrificio de las hormigas laboriosas. Hoy mismo la hormiga trabaja denodadamente para que, con el fruto de su esfuerzo, las cigarras armen tarimas, bailen y canten; para que las cigarras se feliciten de manera mutua y entreayuden fraternalmente y; para que se paguen con el sudor de la frente de nuestro ejército de hormigas la obra pública, los sueldos, dietas, bonos, subsidios y prebendas de las que viven las cigarras y su buen nombre. Obviamente todo honor y toda gloria a la cigarra. Pero eso no es todo: La cigarra se ha convertido de un inofensivo insecto en un militante agresivo y voraz a quien no le importa atropellar a las demás especies. Si la hormiga no paga tributo de su trabajo, una legión de cigarras vendrá a confiscarle – legalmente – sus bienes e incluso sus libertades. Claro está: las cigarras hacen leyes a su medida gracias a las cuales las hormigas tendrán que justificar la procedencia de sus bienes o dejarlos en manos de las infames cigarras e ir a la cárcel; tendrán que pagar tributos desproporcionados y aranceles, todo ello para el beneficio de las cigarras que cantan y bailan las cuatro estaciones del año en alegres farras revolucionarias.

Pero la lección moral de la fábula de Esopo trasciende todo tiempo y lugar: su aplicación es definitivamente universal. Cabría preguntarnos ¿qué pasaría si las cigarras sometieran definitivamente a las hormigas? ¿Quién trabajará para que ellas sobrevivan y armen sus tarimas altisonantes, haciendo conocer a gritos y con engaños a su mano derecha de lo que no hace su mano izquierda? ¿Habrá granos de trigo y cebada que repartir en invierno? ¿O será que las hormigas, cansadas del despotismo de las cantoras cigarras, finalmente deciden organizarse y devolverlas al curso normal de la historia? Usted, estimado lector, tiene la respuesta.

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