Junto a la iglesia de San Blas, en Cuenca, desde hace 23 años, Blanca González, se dedica a lustrar zapatos. Asegura ser una de las primeras y últimas mujeres betuneras del centro de la ciudad, debido a que en la actualidad la labor ya no es apreciada por los jóvenes.
Tiene 68 años y aprendió el oficio de su esposo, de quien heredó la silla y el cajón para cepillar los zapatos. Todos los días desde las 8:30 hasta las 17:30, está a la espera de los clientes, a quienes cobra $ 0,50 por dejar sus calzados brillantes.
Cuando su esposo falleció, González quería que sus hijos continuaran con el oficio de su padre; sin embargo, ellos le pidieron estudiar. “Me dijeron que querían estudiar y tener un profesión y entonces yo misma cogí los implementos de mi esposo y salí a trabajar”. Desde ese entonces no le ha importado mancharse todos los días las manos para sacar adelante a su familia.
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En la actualidad trabaja solo para su sustento y asegura que cuando el negocio está bueno hace unos $ 5 diarios, pero cuando no, apenas llega a $ 2. Con lo poco que gana debe organizarse para sacar para el arriendo.
“Claro que mis hijos también me ayudan porque o sino no tuviera para comer”. Ha sentido estar en desventaja con sus compañeros al momento de cobrar, pues considera que algunos clientes se portan mal. Destaca cómo con el pasar de los años ha cambiado la vida de las mujeres, explica que antes los hombres debían dedicarse a labores de fuerza y las damas a las actividades ‘sencillas’, sin embargo, “hoy en día las mujercitas no se dejan de nada y pueden hacer todo lo que se propongan”.
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