Los Shuar son hospitalarios, ofrecen la acogida, lo importante dentro de su entorno fue y es hasta ahora respetarles y respetar su cultura, de manera especial a sus mujeres.
La geografía amazónica representó todo un reto para el joven italiano Maffeo Pantaghini, un misionero salesiano laico, que en 1968 llegó al Ecuador y se internó en el pueblo de Cuchanza, cantón Méndez, Morona Santiago, para convivir con la comunidades shuar, achuar e impartir a ellos por nueve años el arte de la carpintería.
Maffeo tiene ahora 69 años de edad y la historia flota en su memoria, es dueño de un testimonio enriquecedor lleno de cruces y encuentros culturales; es decir, de procesos interculturales que se dieron no solo entre los mestizos sino entre miembros de la nacionalidad shuar, achuar, mestizos ecuatorianos que iban de Gualaceo, por ejemplo y los misioneros que llegaban desde Europa. “Cada pueblo tiene su cultura, pero cuando alguien enseña algo que va un poco fuera de su cultura porque lo de su cultura lo conocen ellos mejor que nosotros, de hecho uno aprende mucho de ellos, inclusive nosotros teníamos una hora semanal de cultura shuar donde yo solo coordinaba para que ellos hablaran y dijeran, y eso, porque en la cultura shuar hay interculturalidad, cada grupo se diferencia de otro, había gente que venía Yaupi, Taisha, de Bomboiza, Limón y de al rededor de Méndez, de esos encuentros salían cosas interesantes” dice el sacerdote Maffeo.
El encuentro con las lenguas castellana y shuar especialmente enriquecieron el proceso de vivencia intercultural, eso ayudaba a entender y ver incluso que la traducción hecha no siempre lograba reflejar el pensamiento. “A nuestra manera puede estar bien, pero a la de ellos puede que se interprete de otro modo”. Afirma Maffeo. En el libro “Etnografía de la Comunicación Verbal Shuar” de José Juncosa, investigador, se dice que: “la capacidad para conversar con los forasteros y de entablar una conversación como desconocidos, corren a la par con la habilidad para la guerra y la cacería, aspectos que marcan los requisitos para el liderazgo carismático típico de los Shuar y que se inscribe en el ethos (forma común de vida o de comportamiento) cultural masculino”.
Todas las vivencias compartidas con los miembros de una comunidad dejaron claro en el entonces Misionero Laico Salesiano que los Shuar son hospitalarios. En su tiempo ofrecían la acogida, lo importante dentro de su entorno fue y es hasta ahora respetarles y respetar su cultura, de manera especial a sus mujeres.
¿Cómo ingresar a la casa de una familia Shuar?
Un forastero desconocido no puede entrar en una casa ante la ausencia del dueño y se limita a esperar afuera hasta su llegada, sin que nadie le dirija la palabra ni le entienda. Siempre es necesario advertir a la distancia la presencia. Se dice que antes, el visitante tocaba el tundui (tambor ceremonial) para avisar la llegada. (Juncosa 2005). La comunidad shuar tiene muchas particularidades, una de ellas es la vivienda en forma ovalada con dos puertas, una por donde entran la mujeres y la otra por donde sólo el hombre de la casa puede entrar. Por eso es importante en los foráneos conocer cuál es la puerta por donde ingresará a la vivienda, en caso de ser invitado. La forma ovalada de la vivienda responde a la interpretación que los shuar hacen del mundo y del cosmos. En el centro de su casa se ubica el pilar central que sostiene el techo; esa columna es el camino para subir a la esfera superior ya sea cultural, de pensamiento y de religiosidad.
Sus ritos y la tsanza “Los shuar como todo pueblo tienen su manera de ser y tenían la forma de hacer su justicia, no se puede entrar a juzgar el por qué o las cosas, sino darles un mensaje”, explica el hoy sacerdote, que compartió muchas vivencias, e incluso aprendió a cazar “Yo era un buen cazador”, dice el presbítero. Maffeo nunca vio cómo hacían la tsanza, normalmente la realizaban por su cuenta, pero si recuerda la tsanza que le regalaron -y era la cabeza reducida de uno de los shuaras mayores que le tenía mucho aprecio-, porque de su vivencia aprendió que los miembros de la comunidad shuar no les considera enemigo a nadie mientras no le agreda su espacio, son gente que acepta las visitas pero si en ellas hay todo respeto.
Las historias del pueblo están en la memoria de los ancianos, uno de ellos contaba a los visitantes que: cuando llegaron los españoles, los shuar los recibieron bien, construyeron las ciudades, ayudaban y le brindaban todo respeto. Cuando los españoles empezaron a aprovecharse de sus mujeres que iban a servir y después las mandaban, ahí fue cuando los hombres nativos se pusieron en contra y una noche quemaron Logroño de los Caballeros, Sevilla de Oro y otro poblado más, en fin fueron tres poblados que se quemaron y esas historias están en el recuerdo de la gente.
Maffeo un buen cazador Las relaciones de interculturalidad con los pobladores shuar se dieron en diversos aspectos, entre estos la actividad de la caza. Maffeo, como lo dijo él mismo, era considerado por los nativos un buen cazador y para ellos un buen cazador era importante para su vida. Para comprender esa concepción de la caza, es necesario entender que ellos no tenían criadero de animales, pero conocían las zonas donde andaban los animales que querían matar. “Yo aprendí de ellos muchas cosas, por ejemplo cuando se iban a cazar sajinos para una boda o para algo especial, el jefe de la caza decía, hay que matar a éste o éste, pero en los árboles habían muchos sajinos, todos eran iguales aparentemente, pero ellos conocían los viejos, los jóvenes, al jefe de la manada que era al primero al que se lo debía matar porque los sajinos también atacan, y los shuar sabían cuál es el jefe de la manada”, afirma Pantaghini. Los shuar son un pueblo con creencias, para la purificación acudían a las cascadas, la tierra es mamá, la productora, la que da la vida. Tal como avanzó la colonización ellos asimilaron conocimientos de los mestizos y blancos. La ganadería es una de las actividades en la que más se concentraron, al inicio eran vaqueros de los blancos colonos, después pusieron su crianza de animales y siguen en ello. El respeto a la naturaleza es como su religión, practican la medicina ancestral y entre esos saberes está la curarina, que es el saber cómo sanar la picadura de una culebra. “Prácticamente los shuar no morían picados por una culebra, así estuvieran solos. Ellos se curaban con el brujo, quien hacía un corte, chupaba el veneno y listo; por eso normalmente los brujos tenían su dentadura dañada”, es el argumento del sacerdote, quien señala que ahora ya es otro mundo, han pasado casi 50 años.
A inicios de esa época, en los contactos que las comunidades shuar tenían con los mestizos aprendieron el español y las clases que se impartían dentro de la formación primaria en las misiones fueron en legua castellana. En la investigación de José Juncosa se dice que: “Los hombres adultos transmiten oralmente las tradiciones culturales y los cantos rituales a los niños, de la misma manera que las mujeres adultas lo hacen con las niñas.
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