Se nos dijo en pose rapera –extendiendo el micrófono al público para que este también emita su canto, que: “el pasado, no volverá; el pasado, no volverá”. Esta frase resumía el amargo acumulamiento en la memoria del pueblo de actos con los cuales la dirigencia política cual mercachifle de feria, vendía a los espectadores entretenimiento.
De este libre trueque las dos partes resultaban beneficiadas. El pueblo elector encantado de dádivas que como sobras caían de la mesa al suelo; y, sus gobernantes junto a sus familias, bufones y lacayos que sentados opíparamente sobre esa confianza, podían emular la vida de reyes de los libros de cuentos que abran leído de niños.
Más lamentablemente para esos gobernantes, la dignidad es una fuerza invisible y contagiosa. La dignidad existe silente como semilla de yerba y viene en los genes humanos. Basta que alguien la riegue para que esta empieza a crecer y cuando crece tumba muros sin importan lo grande que sean.
La historia del hombre es la historia de la muerte y resurrección de la dignidad. Pueblos que deciden dejar de comer cuentos frente a la realidad en la cual comparan su modo de vida con la vida de sus gobernantes, lo prometido con lo actuado. De esa comparación viene el conflicto, la desesperación de la dirigencia, el querer arrancar de raíz la semilla, de usar matamonte, de incinerarla. Mas, mientras el hombre exista como especie sobre la tierra, la dignidad estará junto a él. Por ello que como pueblo del Ecuador recordamos que se nos prometió que:
El pasado no volverá y, ha vuelto con furia.