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DESDE LIMÓN A LA ZONA CERO


“Tuvimos que tomar a la niña y amarrarla con una sábana a la mesa. Tenía una herida de unos 10 cms en la cabeza, lo que la causaba hemorragia que le produciría la muerte. No teníamos anestesia y era la vida de la niña la que estaba en juego, así que procedimos a suturar su herida mientras nos salía las lágrimas y ella gritaba. ¿Que más podíamos hacer?”


Niña de 8 años a la que tuvieron que suturar su cabeza sin anestesia

Narra Carlos Piña, paramédico, limonense residente en Gualaceo, quien anteriormente trabajaba en Gestión de Riesgos de Limón Indanza. El, salió junto a 11 compañeros desde el Azuay hacia la zona de desastre a los dos días de ocurrido el mayor terremoto de la historia de nuestro país.


Es imposible escucharlo sin que los ojos de entrevistador y entrevistado suelten una lágrima de momento en momento. Los gritos, el olor, la destrucción y la muerte de zonas enteras de pueblos antes vitales aún suenan en su cabeza al acostarse a dormir. Sueña con una señora parecida a su madre: el llegando a un sitio y ella asomando, hincada, abrazando sus piernas y pidiendo agua y que atienda a los heridos. Imágenes recurrentes, producto quizá de la desesperación de su yo consciente. Atestiguo lo inimaginable y la impotencia de no poder hacer más.

Llegaron en dos camionetas y una ambulancia, auspiciados por la prefectura del Guayas y la alcaldía de Guayaquil. Su contingente se dividió en dos grupos: Atención Pre hospitalaria y Búsqueda y Rescate. Ya desde Bahía empezaría a presenciar lo dantesco: el olor a podrido dominado otrora calles y plazas, gente desesperada, sin comida, muriendo de sed y en estado de shock. Heridos que por falta de atención medica tenían heridas necrosando, niños huérfanos. Cadáveres por las veredas, triturados, irreconocibles.

Con las vías destruidas, había sitios en los cuales debían de cargar los equipos y entrar a pie y el panorama que tendrían al frente sería el mismo en la mayoría de pueblos en los cuales llegarían.

Recuerda a los heridos sin ya posibilidad de vivir, el rostro de una joven de unos 19 años con hemorragia interna, con sus costillas rotas, consciente pero confundida, muriendo a los 5 minutos en frente de ellos. Recuerda al joven de 22 años que no podía hablar, sin su pierna derecha, en una zona donde no había hospital.


Recuerda a los niños que se colgaban de su pantalón pidiendo agua, comida, que no sabían que fue de sus papás. Recuerda las heridas de los heridos, agravadas por calor. A personas de la tercera edad que lo habían perdido todo; más, de entre todos, los más tranquilos, los más resignados. Recuerda al niño que no quería comer por la impresión y a los guantes a los que inflaban y hacían caritas para ponerlo a jugar.

Recuerda a los sobrevivientes heridos a los que atendieron y luego, en la noche, otros sismos de 6.3. Prendieron la radio de pilas y escucharon la radio local: epicentro en Bahía. En la mañana más muertos. Los sobrevivientes de ayer ahora muertos, no quisieron abandonar las pocas cosas que les quedaban.

La gente a veces por la desesperación se metía en los almacenes a sacar comida, agua. Una botella de agua que cuesta 30 centavos valía 2, 50. Una libra de arroz, 5 dólares. Para colmo, los militares empezaron a patrullar con órdenes de disparar.

Portoviejo, San Clemente, Bahía, Canoa, Juma, San Vicente, Pedernales, el panorama era igual: apocalíptico.


Carlos Piña, de Limón Indanza, entre los rescatistas

Había una comunidad en las cercanías de Pedernales donde todos sus miembros murieron. Por el riesgo de una pandemia, los bomberos recogieron sus restos, los amontonaron, rociaron combustible y los quemaron.


Mas también Carlos, que estando allá escribía a Radio Limón pidiendo auxilio, pidiendo insumos y ayuda, recuerda también esa fuerza invisible que nos aflora en la peores: la generosidad del ecuatoriano, su altruismo, su heroicidad, su entrega, su sencillez, su solidaridad con el extraño en desgracia y; la fe, o heredada o descubierta con la cual oramos, a veces de rodillas, pidiendo la voluntad para avanzar un paso más, pese a todo.


Una sonrisa en la desgracia, pese a todo

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